Hoy regresé al gimnasio y, perezoso como soy, fui al baño turco con la esperanza de adelgazar sin mover un solo músculo. Y allí estaba, envuelto en una espesa nube de vapor, cuando de repente veo a un hombre observándome a través de una pequeña ventana que hay en la puerta. El tipo, que no paraba de mirarme como un asesino a su víctima, abrió la puerta, caminó sigilosamente tratando de no resbalarse en las húmedas baldosas y tendió una toalla al otro extremo del baño. Mientras desparramaba su enorme trasero sobre el trapo, yo miré para todas partes buscando con qué defenderme. Pero solo tenía a la mano un par de chancletas, así que me quité una y la empuñé. Fue entonces cuando el tipo se aventuró a trabar conversación:
-¿Te gusta el turco?
El exceso de vapor ya empezaba a hacer estragos en mi cerebro carente de oxígeno, así que le respondí:
-¿Cuál turco?
El hombre sonrió con malicia y me dijo:
-Me refiero a el baño. ¡Está rico!
Asentí mientras eché una mirada furtiva a través del vapor a su rostro y a su cuerpo entrado en carnes en el que saltaban a la vista unas enormes tetas de mamífero. Debía de tener unos veinticinco años y no cabía duda de que no era un asesino. Solo era un hombre subido de peso que, al igual que yo, intentaba adelgazar sin matarse corriendo en la cinta trotadora. Así que dejé a un lado la paranoia, me calcé la chancleta de nuevo y cerré los ojos abandonándome por completo a la sensación de relajación que me producía el vapor. Pero solo pasaron unos segundos para que el tipo, ansioso por encontrar un interlocutor, volviera a la carga:
-Y, ¿vienes con tu novia al gimnasio?
Abrí los ojos un tanto molesto de que su interrupción me sacara de mi estado de semiinconsciencia.
-No, vengo solo. - respondí intuyendo para dónde iban los tiros.
Al escuchar esto, el tipo se se sentó a unos pocos metros de distancia y, dejando a un lado el protocolo de bioseguridad y distanciamiento social, lanzó sobre la mesa sus cartas:
-Yo he salido con chicas, pero ahora no porque tengo otra inclinación sexual.
- Entiendo. -le dije y, para que no fuera a pensar que soy un homofóbico, solté una de esas frases de cajón: “ve por ellos amigos. En Cali hay una buena movida gay”.
Pero su rostro se desfiguró con una mueca de asco y, a continuación, escupió una sarta de sandeces que me dejaron perplejo:
-¡Uy no! Yo odio los maricas y eso de las marchas gays me parecen impresentables. Yo soy gay, pero en mi casa nadie lo sabe. Soy muy reservado, ¿sabes? Además hago política. Soy Duquista y no creo que la gente deba saber la intimidad de uno.
-Entiendo- respondí, pero la verdad era que no entendía nada.
-Sí -añadió- Y también estoy en contra de la adopción por parte de parejas gays. Creo que un niño debe crecer con su papá y su mamá. No con dos personas del mismo sexo. Eso me parece horrible.
No soy de esas personas que al escuchar una insensatez de inmediato sienten la urgente necesidad de convencer al otro de que la verdad puede ser otra. Considero que cada quien es libre de pensar lo que se le dé la gana. Era obvio que el tipo era un mojigato que la única manera que encontraba para saciar sus apetitos era buscando sexo con desconocidos en la clandestinidad de un baño turco. Sentí pena por él y guardé silencio. Pero el hombre volvió a remeter:
-¿Y a vos solo te gustan las mujeres?
– Respondí y me quedé en silencio esperando dar por terminada la conversación, pero al cabo de unos segundos el tipo volvió a la carga.
-A mí me gusta mucho practicar sexo oral.
-¡¿Qué…?!
-Que me gusta hacer sexo oral. ¿Quieres que te la chupe?
No quería ser grosero. Pero tampoco quería que aquel fulano me la chupara. Así que cerré los ojos unos segundos y trate de imaginar qué haría un hombre como Mandela en esta situación. O Thomas Alva Edison o Muhammad Ali o para no ir tan lejos, ¿que diría el genio Patarroyo si en medio de una conferencia un desconocido levanta la mano y se ofrece a hacerle una felación? Pero no se me vino nada a la cabeza. Así que respondí cualquier cosa para salir del paso:
-No, gracias amigo, muy amable. - Y acto seguido me puse de pie y salí del turco. Me metí en la ducha y, no pasaron más que unos segundos, cuando escuché su voz proveniente del baño de al lado:
-Amigo, discúlpame. No quiero que pienses que estoy acosándote.
-No hay problema. - Le dije mientras salía de la ducha y caminaba en dirección al vestier. Estaba vistiéndome sentado en una silla, cuando el tipo se me acercó de nuevo y me dijo con cierto aire fanfarrón:
-Sucede que estoy bajo mucho estrés. Hace unos días salió un referendo para revocar el mandato del presidente Duque y yo, que trabajo con él, salí a defenderlo en mis redes sociales. De inmediato hubo gente que me escribió bajo mi post diciendo que yo era un pelele que no conocía a Duque. Sufrí un acoso en redes sociales horrible que me tiene un poco intranquilo. Y súmale a eso que Trump perdió las elecciones. Una mierda de semana. – concluyó mientras trataba de embutir su gordo trasero en un ajustado pantalón que amenazaba con rasgarse por las costuras cada vez que hacía un movimiento.
Yo para ese punto solo me limitaba a asentir con la cabeza sin prestarle mucha atención.
-Imagínate que fue tanto el acoso –agregó- que le escribí al WhatsApp a Duque. Eso sí se demoró como 4 horas para responderme. Pero sabes qué me dijo…
Al escuchar esto, levanté la cabeza y traté de imaginar qué diría un hombre como Duque, pero tampoco se me vino nada a la mente, así que lo mire directo a los ojos mientras solté un sincero y expectante: ¡¿qué…?!
-“…Que el árbol con más frutos es al que le tiran más piedras”.
Dicho esto, el tipo se subió la cremallera del pantalón, se colocó el tapabocas, se me acercó y me extendió su puño para que lo hiciera chocar con el mío:
-Mucho gusto, me llamo X y no se te olvide mi nombre, porque muy seguramente lo escucharás más adelante.
Y a continuación, cargando con una vergüenza más, el próximo presidente de la República de Colombia giró sobre sus gordos talones y salió del baño a paso lento pero decidido. Al salir, la puerta se cerró de golpe tras él. Yo me quedé un rato en silencio, pensando que lo mejor que podía hacer para bajar de peso no era sudar en el baño turco como un metalero en el desierto, sino dejar de comer tanta porquería y, claro está, dejar a un lado la pereza y correr en la cinta trotadora por lo menos una hora diaria.
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Diego González Cruz es guionista y realizador audiovisual. Ha escrito y dirigido algunos cortometrajes, reportajes y videoclips. En la actualidad se encuentra en etapa de postproducción del largometraje documental Barbitch y en fase de desarrollo de su primer largometraje de ficción titulado Los Últimos Románticos. Guion que resultó ganador en la convocatoria 2019 del Fondo de Desarrollo Cinematográfico FDC en la modalidad de “Escritura de Guion de Largometraje”. También ha colaborado como escritor para varias revistas como Vice Colombia, La Revista Shock, La Gaceta de El País y Cartel Urbano.