Ciudadano Kane fue, es y será una de las películas más revolucionarias jamás hechas en Hollywood. No solo por su guion, que raya con lo magistral, sino por la inmolación que significó para Orson Welles y Herman J. Mankiewicz que criticaron a uno de los magnates más poderosos en Estados Unidos como lo fue William Randolph Hearst. La película ha influenciado el cine en su totalidad y hasta Jorge Luis Borges se extendió en una crítica que dejó ver la opinión en la que el gran escritor argentino hablaría sobre la genialidad de Welles pero la carencia de inteligencia y malicia que tiene Ciudadano Kane.
Casi 80 años después, David Fincher reivindica la imagen de Herman J. Mankiewicz con Mank, una producción que muestra no solo la maestría del director estadounidense sino su crítica al sistema que gobernaba Hollywood por la época. La película cuenta la historia de Herman J. Mankiewicz, uno de los guionistas más importantes que haya tocado un estudio de cine, quien se encuentra postrado en cama con la misión de escribir un guion para el primer largometraje de Orson Welles, Ciudadano Kane. Con una reproducción genial del sonido e imagen del cine de la época, Fincher demuestra su amor por el cine pero también su lado más crítico con el sector en el que ha construido toda su carrera.
Lo más fácil sería apuntar y decir que es una carta al cine, que es un clásico instantáneo. Sin embargo esto sería simplificar una película que no tiene ninguna pretensión de ser eso. Fincher retoma un guion que su padre, quien murió en el 2003, había escrito sobre el mítico guionista. Dejando su afición por los personajes psicóticos e historias policiales, Mank no solo demuestra la versatilidad del director, sino a Hollywood más expuesto que nunca. La película parece estar hecha para los cinéfilos que estén rodeados por la época en la que se desarrolla toda la historia, pues poco tiempo toma en explicar a las grandes personalidades que cruzan la pantalla como tampoco cuenta mucho sobre las coyunturas políticas que son de vital importancia para entender el peso que Ciudadano Kane arrojaba sobre el guionista y el director.
Con una actuación impecable, Gary Oldman retrata ,al igual que Welles con su ópera prima, a un ser humano que no es bueno ni malo: vicioso, cínico, sarcástico, talentoso, de buen corazón pero totalmente egocéntrico. Mank nos presenta al guionista como una persona rutinaria, ordinaria normal y se centra tanto en él que les quita el peso a los demás personajes del elenco. Como si fuera la visión de Herman, la película se basa en ese egocentrismo que no nos permite quitarle la mirada al encantador personaje que es tan humano como cualquier espectador.
Fincher también le rinde homenaje a la película, pero eso no le impide cargar contra una industria que por esas épocas instigaba persecuciones a todo lo que pudiera oler a comunismo, les recortaba los salarios a sus empleados por la Gran Depresión, mientras que los ejecutivos más altos seguían dándose la gran vida y usaban al cine y a los medios de comunicación como una herramienta de manipulación de la opinión pública. En ese momento Mank, como le dicen los más allegados al guionista, usa su lengua afilada y su capacidad de observación para ir en contra de un sistema que lo tenía agotado.
Aunque pueda que la película sea una forma de mostrar la mente atormentada del guionista y retrate de forma crítica la visión política y social de la época, Mank tiende a dejar a más de uno en medio de un universo confuso que salta entre el presente y el pasado y que tampoco explica mucho de las problemáticas sociales del momento. Las transiciones, como si fueran el inicio de escenas de guion, nos permiten dilucidar hacia dónde va la mente de Mank cuando vemos un recuerdo, pero su enlace al presente no es tan claro, lo que hace que el espectador tenga que estar al tanto de los mínimos cambios para no perderse en la época.
La película se vuelve un rompecabezas que sólo toma sentido con la visión y los diálogos que el guionista nos va dando a lo largo de las dos horas once minutos de película. Sin embargo, algo más críptico que la reconstrucción temporal de la película es la inspiración del guionista para hacer esta historia. Aunque pudiera ser fácil mostrarlo como una epifanía de la cual Mank se aprovecha para sacar adelante el proyecto, Fincher toma el camino largo y nos muestra cómo cada encuentro va sumando para que se construya poco a poco una historia que no tiene mayor pretensión que la de mostrar a un ser humano real que, aunque atormentado, puede ser genial.
Probablemente esta cinta sea olvidada entre el vasto catálogo que Netflix tiene para ofrecer. Aunque vaya a recibir nominaciones a los premios de la academia, porque la nostalgia a Hollywood le encanta, no se quedará en la mente del público por mucho tiempo. Lejos de ser una película aburrida por su ritmo lento y confuso, es más un recordatorio del director mismo que se refleja en Mank como un ser extranjero en un mundo donde la apariencia y la parafernalia importan más que el arte. Seguramente, el público la tilde de aburrida o la crítica más fácil la alabe y le ponga adjetivos como “clásico instantáneo” u “obra maestra”, pero Mank es una declaración de Fincher a ser fiel a su arte y a lo que piensa y a reivindicar la figura de los guionistas quienes tienen el trabajo de adaptar y crear, aunque muchas veces sean olvidados por el público.